domingo, 11 de noviembre de 2007

La Culpa es de Da Vinci

O más bien de su mentado Código. Lo que me puede llegar a sorprender es el impacto que puede llegar a tener una novela--y eventualmente película--tan frívola. Parte es, sin duda, la delicadeza y fragilidad de amplios sectores del cristianismo (católico, protestante y demás), que inmediatamente reviraron exigiendo que se detuvieran los ataque contra su fe. De todos modos el libro vendió millones y millones de copias y las iglesias no se vaciaron por ello. Otra parte, no menos trascendental, el morbo de la gente. Eso de imaginar a Jesús casado con Magdalena, y luego suponer que se puede saber quiénes son sus descendientes, fue un buen gancho para que un novelista oscuro hasta ese momento se hiciera repentinamente famoso.

En consecuencia, inmediatamente me saltó el fervor literario-teológico, y me he sentado a trabajar en lo que bien puede ser mi primer novela (hay otra en ciernes, pero la llevo menos avanzada; todo parece que la novela existencial va a perder la carrera cronológica contra la novela amarillista).

El planteamiento me parece atractivo (claro, como que es mío). Jesús no tiene nada de espiritual; toda su motivación es política (está bien, eso no es nuevo). Sus principales cómplices, naturalmente, son sus apóstoles, y Judas es el más versado en asuntos militares (bien, bien, eso tampoco es nuevo); naturalmente, no hay tal traición de Judas, porque todo está perfectamente coordinado y arreglado (cierto, hasta aquí tampoco va nada nuevo).

Lo divertido es la identidad de los apóstoles. ¿Qué tal si todo ese asunto de que era un carpintero seguido por pescadores fuera sólo un dato simbólico para despistar al enemigo?

Imaginemos, pues, que los apóstoles no son humildes judíos que se ganan la vida con el arduo trabajo de sus manos, mucho menos gente desclasada y marginada por lo poderes fácticos (como me ha gustado ese terminejo) de entonces. Imaginemos que en realidad son gente poderosa, aristócratas bien establecidos en la sociedad judía, y que el círculo inmediato a Jesús era más exclusivo que el círculo criollo que circundaba al Padre Hidalgo. Jesús mismo, lejos de ser la encarnación de lo sencillo, es un burgués con un árbol genealógico envidiable. Y sus apóstoles son los más destacados miembros del sanedrín.

Claro, hay un traidor en medio de todo esto. Bueno, tres traidores, para ser exacto. Uno lo es sólo como parte de un plan, y ese es Judas (ya se mencionó). Otro lo es porque las circunstancias lo obligan, y en realidad lo hace para cuidar a Jesús del riesgo en el que se ha metido. Y el otro es el que es malo, ruin, perverso, canalla y abominable de pies a cabeza. Naturalmente, aquí si no digo quién es quien, porque andaría quemando parte de lo mejor de la novela. Pero lo cierto es que mientras más santo es en la tradición cada apóstol, más le complico su biografía en la novela.

Bueno, supongo que hasta aquí todo parece una ficción más. Así que de una vez suelto la siguiente pregunta: ¿Qué tal si toda esa información, en vez de habérmela sacado de la manga, la he obtenido de los mísmisimos evangelios?

Y entonces llegamos al verdadero meollo de la novela. El asunto no es la ficción que se pueda inventar sobre Jesús (hay tantas, y muchas tan buenas). El asunto es cómo se debe leer el Evangelio original. Y advierto que no soy neófito en el tema, que de algo me sirvieron mis años estudiando teología a nivel profesional.

Todo eso me ha llevado a la construcción de una ficción (y nótese que lo aclaro: FICCIÓN), cuya base no es un manejo arbitrario de datos poco o nada verificables (como lo hace Dan Brown en El Código Da Vinci), sino a partir de lo que se sabe con relativa certeza (ni modo, en este tipo de estudios no se puede pretender ninguna certeza absoluta) respecto a los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), los Rollos del Mar Muerto, la tradición Ebionita y los dos principales libros de Flavio Josefo (Las Guerras de los Judíos y Antigüedades de los Judíos).

En consecuencia, la historia de la novela no es la de Jesús, sino la de cómo se escribió el primer evangelio.

Es una típica historia donde todo el meollo tiene que ver con un manuscrito. Lo único que tiene de raro es que se trata de un manuscrito bien conocido, pero leído de una manera nada ortodoxa.
Un manuscrito--o un evangelio--cuyo objetivo no era proclamar las maravillosas doctrinas de Jesús de Nazareth, sino evidenciar cuales fueron los errores que jodieron su plan de levantamiento contra el Imperio Romano. Plan que, por cierto, en un momento se veía muy bien, porque había logrado unificar a todos los grupos judíos que hasta entonces parecían irreconciliables: fariseos de Hillel, fariseos y celotes de Shamai, esenios, saduceos, sacerdotes, levitas, escribas, sicarios.

La propuesta subyacente a la anécdota es que la Iglesia nunca supo leer los evangelios. Y no es difícil empezar con los ejemplos. Vamos con uno fácil, que no me quema la novela.

Según la tradición cristiana, Jesús era un humilde carpintero que puso de cabeza a las autoridades judías con su renovada visión y original mensaje. Según yo, Jesús era un noble príncipe educado en lo más alto de la aristocracia judía. Y me remito al Nuevo Testamento.

Según Mateo 1.1-17, Jesús era descendiente directo del Rey David. Para sustentar el dogma cristiano de que es el Mesías tenía que serlo, forzosamente, porque sin ese linaje no habría modo de que pudiera reclamar su derecho al Trono. Eso según la familia paterna. A la que pocas veces le ponen atención es a la familia materna, pero lo datos que nos ofrece Lucas son harto interesantes. Dice Lucas que Zejariah y Elisheba (Zacarías y Elisabeth en cristiano), los padres de Juan el Bautista, eran del más alto rango sacerdotal. Zejariah, de la clase de Abías, y Elisheba de las hijas de Aarón (Lc 1.5). Es decir, pertenecían a lo más selecto del medio saduceo. Lucas además nos da noticia de que María, la madre de Jesús, y Elisheba estaban emparentadas (Lc 1.36). Así que no hay más que atar esos cabos sueltos: si Mateo nos informa que Jesús era descendiente directo del Rey David por vía paterna, y de la familia de los Sumos Sacerdotes por vía materna, entonces tenemos a un sujeto cuyo árbol genealógico integraba a los dos grupos más poderosos de la sociedad judía.

Grupos que, por cierto, no podían estar demasiado contentos con la situación política imperante, porque desde mediados del siglo II AC, una familia que ni estaba vinculada con los Sumos Sacerdotes, y menos aún con la Casa de David, había usurpado el poder político y religioso de Judea: los Hasmoneos. En el momento en que Jesús nació, un ilegítimo rey de origen idumeo--Herodes el Grande--estaba a punto de morir y heredarle el trono a un hijo que había tenido con Mariamme I, hija de sacerdotes hasmoneos.

Dicho de otro modo: Herodes era la representación de todo lo que podía significar usurpación, por ser extranjero y por estar coludido con la dinastía que había ocupado ilegalmente el Sumo Sacerdocio y el poder político de Judea desde 150 años antes. Las dos familias que habían sido desplazadas no podían estar muy satisfechas con ello. Por una parte, los descendientes de Zerubabel, el heredero al Trono de David que había dirigido parte del retorno del exilio en Babilonia cinco siglos atrás. Por otra parte, los descendientes de Sadoc (los Saduceos, pues), derechohabientes legales del Sumo Sacerdocio.

Y resulta que ambos linajes se integraban en Jesús. ¿De familia humilde? Por favor. Imposible.

¿Entonces por qué los evangelios dicen que era carpintero y que su papá también lo era? Ah, es que a ciertos judíos les encantaba escribir bien raro, y todo lo ponían en símbolos. Pero no son símbolos tan difíciles de desenterrar, y basta con darle una revisada a Zacarías 1.18-21

"Después alcé mis ojos y miré, y he aquí cuatro cuernos. Y dije al ángel que hablaba conmigo: ¿Qué son éstos? Y me respondió: estos son los cuernos que dispersaron a Judá, a Israel y a Jerusalén. Me mostró luego el Señor cuatro carpinteros. Y yo le dije: ¿Qué vienen éstos a hacer? Y me respondió diciendo: aquellos son los cuernos que dispersaron a Judá, tanto que ninguno alzó su cabeza; mas ÉSTOS HAN VENIDO PARA HACERLOS TEMBLAR, PARA DERRIBAR LOS CUERNOS DE LAS NACIONES QUE ALZARON EL CUERNO SOBRE LA TIERRA DE JUDÁ PARA DISPERSARLA".

Así que el símbolo es bastante claro si uno se toma la molestia de revisar a los profetas: un carpintero es aquél que tiene la misión de hacer derribar a las naciones que dispersarón a Judá.

Entonces tengo tres datos: Jesús era descendiente de David y de Aarón; Jesús fue llamado carpintero; los carpinteros eran los que tenían la misión apocalíptica de derribar a las naciones que dispersaban al pueblo de Israel.

Y son datos obtenidos directamente de los profetas y de los evangelios.

Así empieza mi proyecto de novela. Proponer una lectura donde nada es lo que parece. Deducir la posible anécdota de los propios elementos que dan los evangelios. Documentar la especulación con aquello que sabemos sobre los Rollos del Mar Muerto, la tradición Ebionita y los libros de Flavio Josefo.

Entonces los evangelios no son libros que proclamen buenas nuevas. Son una denuncia de los errores que cometió un príncipe que no supo controlar su soberbia.

Un príncipe imprudente e impulsivo: Jesús de Nazareth.

El que tiene oídos para oír, oiga.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola:
Soy ALEXIS el del foro, nos mantenemos en contacto...

Rax dijo...

Eres LA neta. Y este post lo es más aún (o bueno, igual). Ahora bien: ¿cuándo nos vemos para comer juntos? Ya sabes que soy tu fan

Anónimo dijo...

Ja, ja.
Como siempre, es encantador platicar contigo!!
aunque sea por un medio tan impersonal.
Ya espero la segunda parte.

rociomontoya